En un pequeño pueblo vivía un niño que tenía muy mal carácter y un poquito de malhumor. El niño se pasaba todo el día enfadado y enojado con todo el mundo: sus padres, sus amigos, sus compañeros del colegio...
Preocupado por esta situación y esta conducta del pequeño, un día su padre le dio una bolsa de clavos y le dijo:
- Cada vez que te sientas muy enfadado, clava uno de estos clavos en la verja que hay detrás de casa.
El primer día el niño clavó 37 clavos en la cerca, al día siguiente solo 20 y... ¡el tercer día solo tuvo que clavar 6 clavos!
Cada día el niño tenía que clavar menos, señal de que estaba consiguiendo controlar su mal genio y su malhumor. Cuando llegó la fecha en el que el niño no tuvo que clavar ningún clavo en la verja, su padre le felicitó y le dijo:
- Ahora vuelve a la verja y saca un clavo cada vez que te sientas bien.
El niño, que se sentía mucho mejor, logró quitar todos los clavos en poco tiempo. Al terminar de arrancarlos todos, el padre reconoció el duro trabajo de su hijo y, de nuevo, le felicito:
- ¡Felicidades! Veo que has quitado todos los clavos, pero fíjate en todos los agujeros que quedaron en la cerca. ¡Jamás será la misma!
El padre le explicó al niño que cuando él decía algo malo a los demás, por más que se disculpara, siempre quedaban cicatrices. Y fue así cómo el niño entendió que cada vez que se enfadase, debía contenerse antes de, por ejemplo, insultar a alguien.
A partir de ese día el niño pasó a ser una persona amable, sonriente y alegre, que siempre respetaba a los demás y les ayudaba.
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